Ana Mosseri:
Un Parque
(Pinturas)
Ana Mosseri no se presenta como artista, sino como pintora. Una distinción deliberada que subraya no solo su filiación con la tradición del oficio, sino también su compromiso con un medio que exige reiteración, cuidado y una exploración profunda de sus posibilidades formales y emocionales.
En esta exposición, Mosseri nos sumerge en un parque que solo existe en la acumulación de su mirada. No se trata de una representación paisajística ni de un homenaje a un lugar específico: es la construcción de un mundo propio, proveniente de la observación obsesiva de la naturaleza y filtrado a través de una larga investigación técnica que le permite crear imágenes suspendidas entre lo real y lo fantástico.
A través de registros fotográficos, bocetos a lápiz y estudios digitales—procesos que funcionan como antesala de la pintura—Mosseri logra afinar un lenguaje visual que encuentra su forma definitiva en el lienzo.
La pintura deja de ser un medio de traducción para convertirse en un fin en sí misma: una materia sensible que revela su propio universo.
Desde su regreso a Colombia en 1986, después de vivir en Nueva York, Mosseri desarrolla una fascinación particular por la primavera. Para alguien que habita el trópico, donde las estaciones no se suceden como en el norte global, esa floración breve, casi accidental, adquiere una potencia emocional. En sus recorridos—muchos de ellos en bicicleta—se permite maravillarse ante lo efímero: un árbol florecido, un campo silvestre, una aparición de colores que ocurre por un instante. Pintar, entonces, se vuelve un acto de resistencia frente a la desaparición. Una forma de prolongar lo que inevitablemente se va.
La obra reciente de Mosseri no representa un parque en particular; en cambio, crea uno propio. Se apropia del espacio natural y lo reconfigura a través de la pintura: elimina edificaciones, transforma los límites y da lugar a campos de flores que conducen a otro plano, más allá de lo visible. La pintura le permite convertir lo que florece y desaparece en un instante prolongado, donde el color de la primavera se vuelve permanente y lo común, extraordinario.
Mosseri trabaja en series, y en esta exposición recorre campos de equináceas y hortensias para sumergirnos en el parque que ha construido a lo largo de años de observación, registro y pintura. Cada obra forma parte de un conjunto mayor, donde la repetición no responde a lo idéntico, sino a una insistencia en el motivo como forma de exploración. Al desplegar estas imágenes en secuencia, la artista transforma el espacio expositivo en una extensión de ese lugar imaginado: un jardín que no busca imitar la naturaleza, sino prolongar su efecto, abrir un umbral desde el cual observar el paso del tiempo convertido en color.