Epic Lava
Ernesto Soto
2018
A primera vista un campo de golf parecería ser la encarnación de la felicidad: todo es perfecto, el pasto ha sido cortado milimétricamente a una altura adecuada, acentuando las ondulaciones del terreno, los límites han sido trazados siguiendo órdenes estrictas y hasta los árboles y sus sombras parecen ocupar un lugar preestablecido en esta estrategia de la domesticación. Las personas que juegan allí saben que existe el error o el acierto, pero nunca la muerte, porque esta también ha sido desterrada. Esta naturaleza ficticia también se encuentra en otros espacios como los estadios de fútbol, de béisbol, las canchas de tenis, los jardines, con lo cual tenemos una serie de territorios modificados, hechos para que nada altere esa sensación que quien esté allí se sienta brevemente inmortal.
De lo excesivamente domesticado como un campo de golf, de la dramática geometría de un campo de tenis, de la calculada relación de una pista de atletismo, Soto los pone en contacto con una fuerza invasora: la lava de los volcanes. De manera que nos encontramos con el cálculo frente a lo caótico, el orden frente a la violencia, la normatividad frente a lo imprevisible.
La presente exposición de Ernesto Soto busca acentuar el momento antes de la irrupción de esa materia incontenible en estos espacios domesticados, tal como se pueden apreciar en esas imágenes de la lava de los volcanes del Pacífico que poco a poco avanzan por las carreteras y los campos de golf, invadiendo esos lugares que el mundo civilizado ha ido conquistando en su afán de desterrar a la naturaleza de la propia naturaleza. O imponiéndole otra naturaleza. En el canal @epiclava, Soto encontró justamente lo que estaba buscando: el momento en el que el espacio artificial entra en contacto con la fuerza indómita. Las fronteras están a punto de unirse, pero todavía pervive antes de la catástrofe la sensación de que resulta imposible que nada malo pueda suceder, ya que la creación humana cree que es inalterable en virtud de su propia racionalización, tal como lo advierte Roland Barthes en su breve ensayo sobre Julio Verne, donde el filósofo y semiólogo francés se refiere al Nautilus como el prototipo del artefacto humano que, al ser un espacio cerrado, crea una especie barrera inexpugnable, y donde “el goce de su encierro alcanza su paroxismo cuando desde el seno de esa interioridad sin fisura, es posible ver por un gran vidrio el vacío de las aguas exteriores y, en un mismo gesto, definir el interior como lo contrario”. 1
Es ese momento escogido por Soto para ubicar sus cuadros, los cuales exaltan la propia anécdota y a su vez promueven una narración que se traduce en esa especie de división constante en los lienzos, donde lo doméstico se encuentra con lo indómito. Las tensiones de las fuerzas se traducen en la manera cómo emplea los colores creando a su vez un nuevo espacio de fisuras y fricciones, como si del choque de capas tectónicas se tratase.
De su anterior exposición, titulada Yare, Yare, Yare, (Galería 12:00. Agosto de 2017) donde el artista empezaba por un gesto repetitivo que daba paso al origen de una forma, ahora ha invertido esta fórmula, donde primero trabaja lo visible para dar paso a la abstracción. Justamente esas fronteras mencionadas sustentan esta nueva propuesta de Soto, quien se vale de una gama de colores heredera de los nabis y de los fauves, la cual aplica con meticulosidad, teniendo el control del cuadro, todo lo contrario de su anterior producción. Si antes iba del azar a la forma, ahora invierte los términos y va de la forma al azar, de manera que es más consciente del proceso de creación, es más reflexivo, además de conquistar lo corpóreo en su trabajo, lo que le permite ahondar en esta nueva etapa de su obra, donde los planos se superponen y crean un nuevo paisaje, exaltando la fractura de esas fuerzas que se encuentran.
Resulta interesante que el propio artista manifieste que para él ha sido más importante el estudio de la historia del arte que la propia carrera de artes plásticas. Como un acérrimo defensor de la pintura en una época en la que la constante es abogar por su fin o por su carencia de relevancia en el mundo en el que nos movemos, tal como se habló en su momento de la desaparición del libro como vehículo transmisor por excelencia, Soto toma partido por el formato clásico del lienzo, sin que por esto desconozca o le interesen otras manifestaciones. Prueba de ello son los “Pigmentos” que presenta, las cuales son como esponjas que exaltan su forma orgánica pero también le devuelve sus atributos a los colores puros, ya que han sido hechos con pigmentos que el artista ha ido coleccionando y que sus amigos le han ido proporcionando de sus viajes a la India, África o de la propia Colombia.
Pero volvamos a su afirmación expuesta al principio del párrafo anterior. Soto encontró en las obras ajenas soluciones y motivaciones a sus propias obras. Afirma que se siente un verdadero privilegiado al tener a su disposición toda la historia del arte como cargamento personal, como si fuera todo un campo de apropiación. No resulta extraño que en esa “hiperconciencia artística” Soto incorpore de una manera muy personal en su obra los ecos de Matisse, los silencios desolados de Hopper, la expansión corporal de Helen Frankenthaler, la sinuosidad amenazante de las sombras de Valloton, la polivalencia de Peter Doig, el perverso realismo de Hockney, sin que se adviertan a primera vista tales nombres. No son influencias sino apropiaciones. Algunos podrían llamar esta operación como un burdo eclecticismo. Otros lo llamarían personalidad artística, convicción personal, estrategias constructivas, etc. Lo interesante de esto, independientemente de los nombres o calificativos es la calidad de su trabajo que no le teme a la anécdota y que transita por la figuración y la abstracción sin que estas sean antagónicas sino felizmente complementarias.
El pasado mes de julio un grupo de turistas que había pagado un tour para ver de cerca la lava del volcán Kilauea en la Isla Grande de Hawaii se vio sorprendida por un súbita bala ardiente de lava que perforó el techo de la embarcación, causando heridas de consideración a 23 personas, quienes jamás pensaron que un paseo organizado por la mayor empresa de turismo, Lava Ocean, fuera a terminar en tragedia. En este caso y por los mismo motivos, para fortuna nuestra, terminó en esta extraordinaria exposición.
1. (Roland Barthes. Mitologías. Siglo XXI Editores. Pág. 83).
RAMÓN COTE BARAIBAR