Pájaros con otro cielo
Catalina Ortiz
2024

Me encontré con estos pájaros por azar. El 24 de marzo de 2015 caminaba por el centro de Bogotá y pasé por la Plaza de Bolívar por casualidad. Me causó curiosidad ver a los fotógrafos callejeros, llenando las manos de los turistas con maíz; para animarlos a abrir los brazos como si fueran espantapájaros y tomarles fotos enmarcadas por los emblemáticos edificios -era una escena peculiar-. Más allá de la reflexión que podría suscitar esta práctica fotográfica particular, lo que realmente me intrigó fueron las palomas. ¿Será que vuelan de plaza a plaza?, ¿De dónde vienen?, ¿Cuánto tiempo se quedan?

Me fui a hablar con mi gran amigo Mauricio Álvarez, biólogo, experto en pájaros (Creador del archivo sonoro de aves de Colombia), le describí la escena cuasi teatral de los fotógrafos, las palomas, los  turistas y le mencioné mis interrogantes. ¡Pavoroso! dijo-. Clarísimo quedó que no le gustaban las  palomas ni la situación… Pero muy alcahueta me explicó de manera breve y simplificada el paso paso a seguir para iniciar una presunta investigación para responder mis preguntas. Él, desde el  rigor que acompaña al científico me dijo que lo primero era “pedir los permisos” … Para el modo de  operar de un artista eso ya era toda una novedad. Yo seguí sus instrucciones al pie de la letra.

Pájaros con otro cielo
Catalina Ortiz
2024

Solicité el permiso a las entidades que creí pertinentes para poder hacer el seguimiento a las palomas. Después de un tedioso periplo burocrático que duró meses terminé acogiéndome a la resolución del ANLA según la cual NO se requería autorización formal para trabajar con las palomas porque estas son una especie invasora y no hay ninguna regulación para su manipulación.

Me encontré con estos pájaros por azar. El 24 de marzo de 2015 caminaba por el centro de Bogotá y pasé por la Plaza de Bolívar por casualidad. Me causó curiosidad ver a los fotógrafos callejeros, llenando las manos de los turistas con maíz; para animarlos a abrir los brazos como si fueran espantapájaros y tomarles fotos enmarcadas por los emblemáticos edificios -era una escena peculiar-. Más allá de la reflexión que podría suscitar esta práctica fotográfica particular, lo que realmente me intrigó fueron las palomas. ¿Será que vuelan de plaza a plaza?, ¿De dónde vienen?, ¿Cuánto tiempo se quedan?

Me fui a hablar con mi gran amigo Mauricio Álvarez, biólogo, experto en pájaros (Creador del archivo sonoro de aves de Colombia), le describí la escena cuasi teatral de los fotógrafos, las palomas, los turistas y le mencioné mis interrogantes. ¡Pavoroso! dijo-. Clarísimo quedó que no le gustaban las palomas ni la situación… Pero muy alcahueta me explicó de manera breve y simplificada el paso paso a seguir para iniciar una presunta investigación para responder mis preguntas. Él, desde el rigor que acompaña al científico me dijo que lo primero era “pedir los permisos” … Para el modo de operar de un artista eso ya era toda una novedad. Yo seguí sus instrucciones al pie de la letra.
Además del apoyo de Mauricio, conté con la asesoría de Guillermo Gutierréz, criador y entrenador de palomas mensajeras. Él me contó que la paloma (Columba livia) es un ave que no migra, sólo vuela al lugar donde está su nido y su vida puede llegar a prolongarse hasta por siete años; se establecen con una única pareja y por lo general ponen sólo dos huevos. En ambientes silvestres pueden tener lapsos de vida de 7 años y en cautiverio se puede prolongar hasta los 11. Sí pueden volar largas distancias, siempre volviendo a casa. Gracias a Don Guillermo no me quedaba pendiente ninguna de mis interrogantes; pero las preguntas traen más preguntas.

Cada lunes iba a la plaza, conocí a los fotógrafos, a las maiceras, a los vendedores ambulantes y a algunos habitantes de la calle. Conversaba con las personas que poco a poco se familiarizaron conmigo y cada quien me compartía retazos de sus historias. Todos ellos se han establecido de manera permanente allí. Los fotógrafos ganan su sustento económico gracias a las instantáneas que toman de los turistas con las palomas, las palomas se alimentan del maíz que les dan las maiceras y éstas a su vez viven del maíz que venden a los fotógrafos o a los turistas. Los vendedores ambulantes y los habitantes de la calle viven del dinero que les dan los turistas o los transeúntes.

Cuando comprendí el sistema simbiótico que impera en La plaza, decidí que lo mejor sería involucrarme con el entorno. Trabaje en equipo con José y su esposa Erika. Él es fotógrafo y ella maicera, juntos marcamos las palomas e hicimos el registro fotográfico del avistamiento de las mismas. José es hijo de otro de los fotógrafos de La plaza y su mamá también es maicera, han trabajado toda su vida en la plaza.
Las palomas a su vez se establecen con su pareja, nunca dejan la plaza porque no migran y su alimento lo provee el mismo sistema. Luego el ciclo lo replican sus crías. La Plaza de Bolívar es el mejor ejemplo de algo que en biología se conoce como Mutualismo. En un ambiente determinado conviven varias especies y se colaboran indirectamente para beneficiarse unas de otras y no sólo coexisten, sino que se ayudan. Las especies se perpetúan a través de las nuevas generaciones.

Todo este engranaje en La plaza de Bolívar de Bogotá es un ejemplo vernáculo de sustentabilidad.

Existe, además, un simbolismo en la particular condición de vida de las palomas de La plaza de Bolívar. Éstas tienen todas las condiciones físicas para poder volar y desplazarse hacia otros lugares lejanos pero su carácter estacionario, sumado a factores del entorno socio-económico y cultural, hacen que permanezcan ancladas al lugar. Condicionadas a una dinámica que, si bien las sustenta, al mismo tiempo las mantiene inmóviles.

Al principio pensé que las palomas de la Plaza de Bolívar encarnan una suerte de paradoja, que la carencia por lo general moviliza; pero estas palomas reciben todo lo que necesitan sólo por estar. Quizá no vuelan, quizá no conocen el cielo como experiencia, quizá el aire saturado en dióxido de carbono dista mucho del paraíso de nubes incorpóreas. Quizá el asfalto y la mugre de la Plaza de Bolívar no son sutiles y etéreos. Pero -quizá- el centro de Bogotá y su caos son otro cielo, quizá el cielo concebido como territorio ensamblado sólo requiere ser habitado. Quizá el cielo no es un espacio o concepto preestablecido. Quizá el cielo es sólo estar. Quizá el cielo sólo el paso.

Catalina Ortiz
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